domingo, 22 de diciembre de 2013

Diario: El invierno de 1992

Nunca me olvidaré del invierno de 1992. Tenía unos 15 años y a esa edad éramos fáciles de manipular con juegos tan absurdos como “no te atreves a…”, solo lo hacíamos para impresionar y para no perder nuestro orgullo.

Estaba muy acomplejado a esta edad por tener los ojos de color diferente. Mis padres eran de diferente nacionalidad -mi padre español y mi madre inglesa- y por eso tenía estos ojos. Aunque yo no tenía la culpa, la gente me miraba extrañada y hablaban mal de mí. No me gustaba ser diferente ya que si lo eras la gente te llamaba raro y te dejaba solo, aunque ese no era mi caso. Tenía mi propio grupo de amigos a los que estaban siempre conmigo. Gracias a una persona de este grupo estuve a punto de perder la vida.

Era una fría mañana de principios de Enero. Mis amigos y yo estábamos sentados en la hora del recreo en nuestro sitio hablando de las vacaciones. Algunos contaban donde habían ido, otros lo que habían hecho… todo iba bien hasta que Marcos, el chico que peor me caía, se empezó a reír a carcajadas y añadiendo: 
- Eso no es nada, vaya aburridos sois. No sabéis que contando eso parecéis críos.- Hablo él que quiere salir con la gótica para tener un amor eterno- río Carlos alzando las manos y dibujando en el aire un arcoiris.- Haber, ¿qué has hecho tan interesante?- Primero, la chica gótica esta buenísima y además es emocionante saber como puede llegar a ser como novia- manifestó con los ojos brillantes- y segundo, como has dicho tú mismo, he hecho algo más interesante. He ido al hospital abandonado, él que esta cerca del acantilado.- Sí claro, y yo soy tan idiota para creérmelo. Serías el primero en salir corriendo cuanto oyeras una rama de romperse, incluso si tú mismo la rompieras- declaró riéndose con los demás.- Pues mira valiente, te reto a que vayas y vuelvas solo, a ver quien es más cobarde.- Marcos, sabes perfectamente que Carlos no puede ir. Su madre le necesita para cuidar a su hermano- dije intentando bajar un poco la tensión. No me había dado cuenta de que se le había ensombrecido la cara al haber hablado de su hermano.
Carlos era mi mejor amigo. Era muy compresible, muy buen amigo y, además, con solo mirarte con sus ojos verdes oliva podía calmar hasta al león más furioso. Aunque siempre aparentaba estar bien no lo estaba. Su hermano de tan solo 10 años tenía cáncer y pasaba su infancia encerrado en una habitación de un hospital sin poder salir. Todas las tardes las pasaba con su hermano ya que nunca se sabía cuando se lo iba a llevar los brazos de la muerte.
- Pues ve tú, Fausto, y sé un buen amigo- me miró Marcos maliciosamente- No te atreves a ir al hospital mañana por la tarde.- Iré y sabrás que de cobarde no tengo nada- declaré con la cabeza alta.
Todos los que estaban allí presentes hicieron un largo silencio. Nadie se esperaba que accediera ya que nadie en su sano juicio iría, ni siquiera yo me lo esperaba. Ese conjunto de palabras me habían tentado y yo, como una oveja que sigue a los demás, había aceptado.

La idea de ir me tenía tan trastornado que no atendí a las demás clases. No sabía lo que me pasaba, me tenía excitado y a la vez aterrado. Me gustaba esa sensación.

Al salir del instituto, noté como la chica gótica me estaba mirando y vi como se me acercaba enfadada. Yo, extrañado, la ignoré y seguí mi camino. Sentí como me seguía y como cada vez estaba más cerca. Giré hacia otra calle para despistarla, pero ella era más rápida y me acorralo en un callejón. Tenía el ceño fruncido y, aunque me miraba cabreada, percibí pena en su mirada cristalina.
- ¿¡Puedes dejar esta persecución y dejar que me vaya!? ¡Tengo un mal día y lo único que quiero es irme a casa! – grité sacando toda la rabia que tenía contenida.- Tranquilízate, solo quiero hablar contigo- añadió con una voz suave y consoladora.- ¿¡Qué me tranquilice!? ¡Apártate de mi camino!- chille empujándola y corriendo hacia la calle. Si no salía de allí no podría aguantar las lágrimas.
De repente, un gigantesco perro negro apareció de la nada y me corto el paso. Se notaba que estaba enfadado y empezó a correr hacia mí y yo aceleré el paso acercándome a donde estaba la gótica. Estaba perdido, iba a morir en un callejón a lado de una gótica.

En el último momento, la chica que tenía al lado corrió hacia el animal.
- ¡Cerbero! Chico malo, ¿dónde has estado?- dijo cariñosamente.- Chico, ven, es muy cariñoso.- ¿Es tu perro?- pregunté sorprendido- y me llamo Fausto, gótica.- ¡Claro que es mi perro! Y yo no me llamo gótica, soy Eve.- declaró acariciando al perro- veo que ya te has tranquilizado. Ahora podemos hablar, ¿no?- Pfff... si no va a durar mucho, vale. Espero que no trates de convertirme en un hombre de negro, no lo conseguirías.- ¡No vengo a convertirte en gótico! Vengo a hablarte del hospital abandonado. Corre un rumor de que vas a ir y… ¡Estás loco! ¿¡No sabes lo qué pasa si vas!?- ¿Cómo sabes que voy a ir allí? Un rumor no se extiende tan rápido. Dime, ¿te lo ha contado Marcos para hablar contigo?- Lo sé y ya esta, y no se quien es ese tal Marcos. Total si te dijera como lo he averiguado no me ibas a creer.- añadió con la cara sombría.- Cuéntamelo, por favor, total hay muchas cosas muy raras en el mundo.
Agacho la cabeza y empezó a temblar como un flan. ¿Tan inverosímil era lo que no me podía contar?
- Tú mismo lo has dicho: Hay cosas muy raras en este mundo y la mía no es una excepción… -susurro aún con la cabeza agachada- puedo ver el futuro. Te he visto en el hospital, corrías un gran peligro. No quiero verte sufrir, por favor no vayas…- Lo que me acabas de decir… te creo. Mi abuela, antes de fallecer, me dijo que un día correría un gran peligro si me dejaba influenciar por los juegos tontos y ahora mira lo que voy a hacer. No puedo fallar porque se lo debo a Carlos. Tengo que ir, Eve.- declaré con voz profunda y solemne.- No te voy a poder convencer así que me voy contigo… si vas yo también voy.- ¿Por qué harías eso si casi no nos conocemos? Además no necesito a nadie.- Porque soy una de esas que se preocupan por la gente aunque no las conozca, además, créeme que vas a necesitar mi ayuda- aseguró con los brazos cruzados.- Vente si quieres, pero te aseguro que si vienes conmigo, Marcos no te va a dejar en paz- añadí saliendo del callejón a buen paso.
Nunca me había fijado bien en Eve. Como había dicho tantas veces Marcos era muy atractiva. Con solo una mirada de sus claros ojos te derretías. Si fuera más social y se vistiera como una chica normal seguro que no tardaría en encajar en cualquier sitio.

Esa noche no pude dormir por todo lo que me había ocurrido: la pelea entre Carlos y Marcos, el reto, el encuentro con Eve y su perro. Todo en un día. Hoy por la tarde sería el momento en el que tendría que enfrentarme a lo que se escondía en aquel lugar. No estaría solo ya que me acompañaba Eve que, aunque solo la haya conocido hace unas horas, tenía el presentimiento de conocerla de siempre.

Llegué al instituto demasiado pronto y me senté en mi pupitre a esperar a que las clases empezaran y rezar para que esta vez me enterara de algo que, para mi mala suerte, no fue posible. El recreo lo pase solo en la biblioteca para recoger algo de información sobre el hospital, pero todos los archivos estaban borrados. Tampoco tuve suerte en las clases siguientes así que cuando acabaron corrí a mi casa y esperé a mi hora.

En el lugar quedado solo estábamos Eve, Cerbero, Marcos y yo. Marcos nos dijo que quería que pasáramos dos horas dentro y que luego volviéramos a donde estábamos con un objeto del hospital. Parecía fácil.

Marcos, como ya suponía, no nos acompaño ni siquiera hacia las puertas de aquel lugar terrorífico. Era un edificio gigantesco en el que podía contar tres plantas y en un cartel se leía que tenía otras dos subterráneas. Aunque el hospital era grande, no estaba cuidado ya que unas grandes raíces cubrían sus paredes y gran parte de él estaba destruido. El patio en donde nos encontrábamos tampoco estaba cuidado. De lo que parecía ser un jardín solo quedaban plantas podridas de las que emanaba un pestilente olor. Unas raíces más grandes que las que había trepando en el edificio, cubrían el suelo haciendo que solo se las viera a ellas. Pero lo que más me inquietaban, era la cantidad de tumbas que había repartidas por todo el patio.

Eve no parecía tan sorprendida y para que dejara de ver el lugar me arrastró hacia dentro. Al abrir, un repulsivo olor a sangre seca me llegó. El interior no estaba tan mal. Delante de nosotros había un gran pasillo y al final dos escaleras: una de subida y otra de bajada. En el pasillo habían distribuidas un montón de habitaciones unas delante de otras. El suelo tenía grandes manchas de diferentes colores: amarillas, verdes, rojas, negras… de las que no quería saber de donde procedían. También aquí quedaban restos de raíces más pequeñas.

Entonces, un ruido atronador sonó en el sótano y Cerbero salió corriendo hacia él. Nos apresuramos para cogerle cuando vimos algo que nos petrificó. Una gran sombra se metió en el cuerpo de Cerbero e hizo que pegara un gran aullido. Intente correr hacia él para que volviera con nosotros, pero Eve me cogió y me arrastro al piso de arriba encerrándonos en una habitación de ese piso.

Estábamos exhaustos de tanto correr y tantas emociones. Quería irme de allí, pero Eve había perdido a Cerbero por mi culpa y yo le iba a recuperar sea como sea.
- Tienes un gran corazón, te ayudare a salvar a ese perro y también a salir de aquí. Estáis en un lugar en el que corréis mucho peligro si os encuentra- dijo una voz mencionada por una chica de pelo blanco.- ¿Quién eres, qué eres y por qué nos quieres ayudar?- pregunté con firmeza.- Céline… así que has acabado aquí hermanita… Fausto esta en mi hermana pequeña. Murió porque reveló sin querer que tenía un poder. Los científicos le hicieron muchos experimentos… y no sobrevivió- murmuró en voz baja.- Céline, por favor, sácanos de aquí y ves al mundo de los muertos… quiero que seas feliz…- ¡Lo haré ahora mismo! Por favor esconderos en otro lugar. “Eso” buscara dentro de poco en estas habitaciones.- Está bien. Vamos Fausto- manifestó firmemente mientras me volvía a arrastrar hacia otra habitación.
Está vez estábamos encerrados en un pequeño cuarto de limpieza. Era tan minúscula que Eve y yo casi no podíamos ni movernos. Estaba paralizado y en mi frente corrían las gotas. Un sudor frío. Nunca esperé que aquella cosa poseyera al cariñoso Cerbero, aunque mi miedo no era comparado al de mi acompañante.

Notaba como Eve temblaba y tenía la respiración entrecortada. Bajo a nosotros sonaba como las puertas de subsuelo se cerraban con fuerza. No tardaría en encontrarnos si no hacíamos algo. Para consolarla la abracé. Seguía temblando, pero se había calmado un poco .

Solo teníamos una solución: Céline. Si Céline pudiera entretener a ese ser para que nosotros no pudiéramos escabullir entre las habitaciones y llegar a la salida de emergencia. Pero no podíamos hasta que saliera Cerbero.

Pasamos unos diez minutos así hasta que oímos el aullido de un perro desde fuera. ¡Céline lo había conseguido! Sin dudarlo dos veces salimos corriendo hacia las escaleras y para poder salir, por fin, de aquel espeluznante lugar.

Al final, Eve y yo volvimos a nuestras casas y seguimos con nuestras vidas como si nunca hubiéramos ido al hospital. Marcos, por su parte…

Fausto Martínez Smith (1977-1997).

Era la última página del diario Fausto. Ya sabía las causas de su muerte. “Eso” le había matado para vengarse de haber salido. La siguiente en caer sería Cerbero o yo. Ya sabía de donde procedía el sonido del armario. Estaba allí. Céline… pronto estaré de nuevo contigo…

Eve Rodríguez Escobar (1976-1999).    


Fin.

********
Esta historia ya estuvo subida un día al blog pero al realizar unos cambios se borró y no fue hasta hoy cuando me he dado cuenta. También se borraron otras historias y por eso voy a intentar subirlas todas corregidas (de nuevo) durante estos días.

Comentarme si os ha gustado

No hay comentarios:

Publicar un comentario